El maleficio L e había comprado el tapiz, en precio de ocasión, a un árabe parlanchín en una calle tórrida de El Cairo durante su único viaje al Medio Oriente. La tela mostraba a un califa gordinflón y mofletudo, sentado a la sombra de un almendro florecido...
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El maleficio L e había comprado el tapiz, en precio de ocasión, a un árabe parlanchín en una calle tórrida de El Cairo durante su único viaje al Medio Oriente. La tela mostraba a un califa gordinflón y mofletudo, sentado a la sombra de un almendro florecido y rodeado de numerosas y solícitas huríes. El lejano parecido que creyó encontrar entre sus propios rasgos y los del personaje central de la escena fue tal vez el factor determinante que lo impulsó a adquirir aquella pieza artesanal de dudoso buen gusto. De regreso a su casa colgó orgullosamente el tapiz en la pared del comedor y se dispuso a reanudar el curso habitual de su existencia rutinaria de comerciante en provisiones. Esa rutina, no obstante, se vio interrumpida al tercer día de su retorno por la súbita enfermedad de su hija menor, agravada por la impotencia de los médicos para diagnosticar la causa de su mal. La siguiente semana se produjo el accidente automovilístico que puso a su esposa al borde de la muerte y, antes de q
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