MI OTRO YO Abrí los ojos. Ante mí estaba yo. Sí, no había dudas. No era mi reflejo en un espejo, era yo misma. La observé minuciosamente, ¿o debería decir “me observé”? Mis ojos, mi cabello, incluso medía exactamente lo mismo que yo. — No tenía que ponerme...
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MI OTRO YO Abrí los ojos. Ante mí estaba yo. Sí, no había dudas. No era mi reflejo en un espejo, era yo misma. La observé minuciosamente, ¿o debería decir “me observé”? Mis ojos, mi cabello, incluso medía exactamente lo mismo que yo. — No tenía que ponerme de pie para saberlo: su cuerpo entraba perfectamente debajo del perchero del que colgaban unos pañuelos infantiles, como prueba irrevocable de viejos recuerdos.— Volví a observarla muda. Ella también me miraba. «Qué está pasándome», me pregunté en voz alta. —Silencio, ahora es mi turno. —Lo dijo tan convencida que me asusté (más). —¿Qué turno, de qué estás hablando? —Shhh. —No, no vas a callarme. ¿De dónde saliste? —Del mismo lugar que tú—. Se la notaba tan segura y determinada que empecé a temblar. —¿Qué? Mis padres solo tuvieron una hija, o sea, YO. —O yo. —No, no… —Somos iguales. Todas nosotras somos idénticas. Aquello no estaba pasando. Mi cabeza iba a estallar. Le pedí casi a los gritos que me dijera cómo se llamaba. Pronunció s
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