El sol era como un fuego redondo y amarillo. Sólo las iguanas se animaban a
pasear mientras los otros animales se quedaban bajo los árboles buscando
un lugar más fresco. -Hasta conversar me da calor -dijo el coatí. -Este sol nos
va a borrar hasta las...
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El sol era como un fuego redondo y amarillo. Sólo las iguanas se animaban a
pasear mientras los otros animales se quedaban bajo los árboles buscando
un lugar más fresco. -Hasta conversar me da calor -dijo el coatí. -Este sol nos
va a borrar hasta las huellas -dijo el conejo. -¿Huellas? -dijo la lechuza-. El
que siempre hablaba de huellas era el tigre. Miraba una huella y decía: “Por
aquí pasó una vizcacha cara blanca; iba apurada y preocupada después de
almorzar.” O decía: “Hace un ratito no más pasó al trote un ñandú que
llevaba en el lomo a un pajarito cantor.” -¿Y le acertaba siempre? ¿Siempre? ¡Ni una sola vez! ¡Pero quién le iba a discutir, si era el tigre! El
coatí mostró unas huellas al lado de un árbol y dijo: -Esta mañana pasó un
amigo y estuvimos juntos un rato. Aquí quedaron sus huellas. ¿Alguno se
anima a decir de quienes son? Todos se miraron con cara de no entender.
Estudiaron las huellas una y otra vez, pero nada. Sólo veían un poco de
tierra removida y alguna ramita que
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