El patito feo
¡Qué lindos eran los días de verano!, ¡qué agradable resultaba pasear por e campo y
ver el trigo amarillo, la verde avena y las parvas de heno apilado en las llanuras!
Sobre sus largas patas rojas iba la cigüeña junto a algunos flamencos,...
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El patito feo
¡Qué lindos eran los días de verano!, ¡qué agradable resultaba pasear por e campo y
ver el trigo amarillo, la verde avena y las parvas de heno apilado en las llanuras!
Sobre sus largas patas rojas iba la cigüeña junto a algunos flamencos, que se paraban
un rato sobre cada pata. Alrededor de los campos había grandes bosques, en medio
de los cuales se abrían hermosísimos lagos.
Sí, era realmente encantador estar en el campo. Bañada de sol se alzaba allí una vieja
mansión solariega a la que rodeaba un profundo foso; desde sus paredes hasta el
borde del agua crecían unas plantas de hojas gigantescas, las mayores de las cuales
eran lo suficientemente grandes para que un niño pequeño pudiese pararse debajo de
ellas. Aquel lugar resultaba tan enmarañado y agreste como el más denso de los
bosques, y era allí donde cierta pata había hecho su nido. Ya era tiempo de sobra para
que naciesen los patitos, pero se demoraban tanto, que la mamá comenzaba a perder
la paciencia
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