Una fría noche de noviembre de uno de estos años que acaban de pasar, Abel
Morales, conductor de un Taxi, llevaba cinco horas de haber iniciado su trabajo, por lo
tanto, había conducido a muchos pasajeros a distintos sitios de la ciudad.
Eran las 2
de las...
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Una fría noche de noviembre de uno de estos años que acaban de pasar, Abel
Morales, conductor de un Taxi, llevaba cinco horas de haber iniciado su trabajo, por lo
tanto, había conducido a muchos pasajeros a distintos sitios de la ciudad.
Eran las 2
de las mañana cuando Abel regresaba de dejar un pasajero por la orilla de la ciudad
hacia el lado norte, donde se encuentra el templo de "El señor del Saucito", imagen
venerada tanto por los fieles de la población como muchos otros de todas partes del
país, ya que frecuentemente llegan peregrinos a pagar mandas y a pedir favores, pues
es un Cristo muy milagroso.
Pasaba el taxista aludido por un lugar situado cera del
templo, a escasos trecientos metros al sur, donde esta el panteón llamado también
Saucito, cuando una dama vestida de negro le hizo la señal de parar solicitando ser
conducida, cosa que Abel obedeció al punto, abriendo la portezuela posterior del
coche para que subiera; la dama enlutada le pidió: - me va usted a llevar a vario
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