La gloria de los feos
Por Rosa Montero
Me fijé en Lupe y Lolo, hace ya muchos años, porque eran, sin lugar a dudas, los raros del barrio.
Hay
niños que desde la cuna son distintos y, lo que es peor, saben y padecen su diferencia.
Son esos
críos que...
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La gloria de los feos
Por Rosa Montero
Me fijé en Lupe y Lolo, hace ya muchos años, porque eran, sin lugar a dudas, los raros del barrio.
Hay
niños que desde la cuna son distintos y, lo que es peor, saben y padecen su diferencia.
Son esos
críos que siempre se caen en los recreos; que andan como almas en pena, de grupo en grupo,
mendigando un amigo.
Basta con que el profesor los llame a la pizarra para que el resto de la clase se
desternille, aunque en realidad no haya en ellos nada risible, más allá de su destino de víctimas y de
su mansedumbre en aceptarlo.
Lupe y Lolo eran así: llevaban la estrella negra en la cabeza.
Lupe era hija de la vecina del tercero,
una señora pechugona y esférica.
La niña salió redonda desde chiquitita; era patizamba y, de las
rodillas para abajo, las piernas se le escapaban cada una para un lado como las patas de un compás.
No es que fuera gorda: es que estaba mal hecha, con un cuerpo que parecía un torpedo y la barbilla
saliéndole directamente del e
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